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La influencia que sobre una obra literaria ejerce la identidad sexual del autor.


Un ensayo de Carmen Malaree.

En toda narrativa la caracterización de los personajes es elemental para despertar el interés del lector y para que ellos sean convincentes deben desplegar sentimientos humanos, sean éstos positivos o negativos. Se puede ser sutil, exagerado o incluso contradictorio en cuanto a la cuota que cada personaje recibe de cada uno de ellos a condición que, en su conjunto y plasmados en la personalidad de los protagonistas, éstos logren credibilidad a los ojos del lector. Sin eso, la intimidad que el escritor intenta crear con el lector por medio de las páginas de un libro está destinada a fracasar. El análisis en las páginas siguientes intenta demostrar hasta qué punto la identidad sexual del escritor influye sobre los sentimientos que dan forma a los personajes de su obra. Por tanto, antes de adentrarnos en el tema es importante hacer una diferencia entre sexo e identidad sexual. El sexo en animales (incluyendo a los seres humanos) y plantas, es una distinción orgánica que distingue al macho de la hembra. Identidad sexual, es la percepción que cada individuo tiene del sexo al que pertenece. Un individuo puede tener los atributos orgánicos de un determinado sexo, pero la percepción de sí mismo y los impulsos sexuales que lo motiven, no siempre corresponden a las características sexuales externas que lo definen como hombre o mujer. No obstante, en la mayoria de los individuos hay correspondencia entre estas características físicas y la identidad sexual.

Que los personajes estén determinados por el hecho de que el autor sea hombre o mujer es un punto controvertido entre los críticos literarios. Hay quienes afirman que el sexo, o para más precisón, la identidad sexual de quien escribe, determina la forma y contenido de los personajes de una obra literaria. En este sentido cabe recordar las palabras de Charles Dickens, quien, al suponer que el autor de ‘La desgracia del pastor Amos Barton’, era un varón, dijo: ‘Creo que nunca antes como en este libro un hombre ha demostrado el arte de ponerse, mentalmente, en la situación de una mujer.’ Cuando pronunció tal enunciado, no sabía que el autor era de sexo femenino, pues ella había presentado su obra bajo el seudónimo de George Eliot.

El arte de meterse en la mentalidad femenina cuando el que escribe es un hombre, ha sido practicado desde las primeras obras literarias registradas en la historia de la humanidad. Homero, en la Ilíada, nos revela a Penélope y su lealtad a toda prueba por su esposo, acudiendo a la argucia de hacer y deshacer el tejido para poner atajo a las proposiciones matrimoniales de sus muchos pretendientes. William Shakespeare, ha investido a Lady Macbeth con rasgos de un carácter fuerte: dominante, manipuladora, intrigante y de sangre fría. En las obras literarias del siglo XIX , personajes femeninos como el creado en la novela del mismo nombre por Gustave Flaubert, ‘Madame Bovary’, se despliega una comprensión profunda de la sicología femenina. Flaubert nos acerca tanto a su personaje que en su análisis de la obra, Mario Vargas Llosa declara que es una verdadera orgía perpetua, significando con ello la calidad y el poder que el libro de Flaubert ejerce sobre él (sobre todo el personaje principal) ya que no logra saciar la sed de su lectura. Honoré de Balzac en su cuento titulado ‘Un estudio sobre la sicología femenina’, nos relata la vanidad de una mujer que recibe secretamente la admiración de un joven varón, pero que termina con su orgullo herido al descubrir que el halago iba dirigido a ella por error. En el siglo XX numerosos autores masculinos han elegido como protagonista central la figura femenina. Alejo Carpentier, en ‘El siglo de las luces’, nos relata cómo Sofía, se vale de trucos para seguir por mar y tierra al hombre que ama. Con excepción del cuento mencionado de Balzac, estos personajes creados por hombres son todas mujeres que muestran iniciativa, que usan su inteligencia para hacer realidad un destino elegido por ellas, resistiendo el papel pasivo (desde Penélope!!) al que están sometidas por su condición de mujer. No siempre en la caracterización de personajes femeninos por escritores hombres se manifiesta esa resistencia solapada a la sumisión, sino que ellas son abiertamente beligerantes y agresivas. Al respecto se ha mencionado ya el personaje de ‘Lady Macbeth’. En la literatura latinoamericana Rómulo Gallegos nos entrega ‘Doña Bárbara’, abiertamente dominante y despótica que se ajusta más al estereotipo de hombre que mujer. En la ficción todo es posible siempre que se presente con maestría para dotarla de credibilidad. Pero quien nos ofrece una extensa variedad de personajes femeninos en una sola obra es Federico García Lorca en ‘La casa de Bernarda Alba’. Cinco hermanas encerradas entre cuatro paredes, sofocadas por el calor estival, bajo la tutela de una madre enérgica, dominante, llena de prejuicios, deben someterse a la voluntad materna para preservar el honor y evitar ‘el qué dirán’. Aquí no hay presencia masculina, sólo la sombra de Pepe El Romano, pretendiente de la mayor de las hermanas, que la busca, no por amor sino por conveniencia. García Lorca encarna en sus personajes los sentimientos frustrados y la represión sexual a la que las jóvenes están sometidas - en forma sutil en las cuatro hermanas mayores, pero desenfrenadamente en Adela, la menor - lo que realza la rivalidad entre ellas aportando la tensión tan necesaria en toda obra literaria y que actúa como imán sobre el lector. Hay quienes afirman que García Lorca logra profundizar tan fielmente en los sentimientos de sus personajes femeninos porque él mismo, dada su condición de homosexual, sufrió en carne propia esa represión, latente en una sociedad que tiene como modelo de perfección la mujer virgen y que además condena la relación entre personas del mismo sexo. Sin embargo, David H Lawrence, despliega la misma penetración en la siquis femenina cuando presenta las mujeres de sus novelas y de sus relatos. Al igual que García Lorca, las muestra en sus acciones como personajes sensuales (‘El amante de Lady Chatterley’), con la astucia para manipular situaciones y la argucia verbal típicamente femenina para mofarse de otros (‘Dos pájaros azules’) o con los temores y aversiones sexuales de quien no ha experimentado esas vivencias (‘Los Enamorados’). Varían eso sí, los contextos culturales (España y el Reino Unido) en que los personajes se desenvuelven, pero la mentalidad femenina se ajusta a ellos.

En la literatura universal la lista de autoras no es tan amplia como la de los varones, dadas las condiciones históricas desfavorables a la creatividad femenina. Sea por razones biológicas, sea por discriminación u otras, la verdad es irrefutable. La tradición intelectual feminista en Europa comenzó apenas en el siglo XV con Christine de Pisan culminando con Mary Wollstonecraft en el siglo XVIII. Virginia Woolf en ‘Un cuarto propio’, hace explícito el problema de la escritura femenina cuando dice que ‘para escribir novelas, una mujer debe disponer de dinero y un cuarto propio.’ Ya se ha mencionado a George Eliot, como prueba de las dificultades que encontraban las mujeres para publicar. Eliot tenía también la ayuda y protección de M Lewes, con quien convivía ‘en pecado’ (para la sociedad de la época) luego de la separación de Lewes de su esposa. Eran dos personas inteligentes que compartían intereses e ideales y que se complementaban intelectualmente. Cabe recordar que autoras como Jane Austin y las hermanas Brontë eran hijas de párrocos, tenían acceso a una biblioteca, eran ávidas lectoras y se las motivaba a desarrollar su intelecto. La lectura y un bagaje de conocimiento amplio de estilos literarios contribuyen grandemente a la formación intelectual de un escritor, sea éste hombre o mujer. Cada una de las Brontë despliega su estilo propio y un profundo conocimiento de la siquis masculina y femenina. En Emily, los personajes femeninos de ‘Cumbres Borrascosas’ son más pasivos, o quizás ella los coloca en un ambiente más restringido, del que no pueden escapar sino rebelarse con actitudes y comportamientos de desobediencia y altanería. Charlotte parece más inclinada a la igualdad de condiciones de vida entre los sexos y es explícita al respecto cuando la heroína en su obra reflexiona sobre la situación de la mujer de la época en forma crítica, como en el siguiente pasaje: ‘Se supone que las mujeres son generalmente inactivas: pero las mujeres sienten al igual que los hombres; necesitan ejercitar sus aptitudes ...; y denota estrechez mental por parte de aquellos más privilegiados que ella decir que deberían estar confinadas a hacer tartas y tejer calcetines, a tocar el piano y a bordar ...’. La heroína, Jane Eyre, tiene también un sentido de la dignidad femenina con respecto al dinero: se niega a aceptar regalos caros de su pretendiente y estipula que una vez casados ella seguirá a cargo de su propia subsistencia cuando advierte a su futuro esposo: ‘ganaré para un techo y comida ... Me proveeré de mis propias vestimentas y tú no me darás nada, sino ... tu estimación y respeto’. Como mujer escritora, Charlotte no escapa a las restricciones que ella, como mujer, siente que está sometida, algo que tal vez un escritor hombre no tiene la urgencia de expresar. Ella se hace portavoz de la necesidad de la igualdad entre los sexos, al menos en términos del intelecto y la capacidad de trabajo, dos elementos que permiten a la mujer mantener su dignidad humana. En el siglo XX los llamados a la igualdad intelectual entre hombre y mujer vinieron desde Francia con Simone de Beauvoir quien postula que desde el punto de vista fisiológico no existen diferencias entre hombre y mujer y que son las condiciones sociales las que contribuyen a una producción intelectual deficiente por parte de la mujer. Esto reafirma la idea de que cada persona es hija de su tiempo histórico. En este sentido tanto hombres como mujeres escritoras se han visto condenados por la chaqueta de fuerza impuesta por la moralidad de la época (la condena del libro de D H Lawrence ,‘El amante de Lady Chatterley’ sirve de ejemplo entre los escritores hombres). Hay que reconocer, eso sí, más poderosas y fuertes han sido las restricciones sobre la mujer que sobre el hombre. En los anales literarios de la América hispanohablante, entre las escritoras que han resistido la noción de que la mujer es intelectualmente inferior al hombre, resalta la voz de Sor Juana Inés de la Cruz, que disfraza, con agudeza e ingenio, su derecho a aportar su pensamiento a las polémicas intelectuales de la época. Entre las sudamericanas podemos nombrar en el siglo XIX a Flora Tristán (hija de padre peruano y madre francesa, aunque vivió la mayor parte de su vida en Francia) quien incorpora la igualdad de la mujer a la lucha obrera. En la obra de Gabriela Mistral’ se percibe la reafirmación de la mujer como ente pensante al igual que el hombre pero con un toque femenino en sus poemas recopilados bajo el título de ‘Ternura’. Violeta Parra nos ofrece en sus ‘Décimas’ la visión femenina de la mujer que lucha por el reconocimiento de la cultura popular que tanto amó y recopiló expresándola en sus versos, canciones, pinturas, cerámica y arpilleras.
La inserción de la mujer en el mercado de trabajo, la política y los asuntos internacionales, los avances científicos que le han abierto las puertas a la planificación familiar, la tecnología que la ha independizado del yugo doméstico, la acerca más y más a condiciones de vida que le permiten realizar su potencial creativo, algo que el hombre ha tenido siempre a su disposición. Sin duda esto es ventajoso y seguirá expresándose en las páginas de la literatura. Después de todo ella es reflejo de una época. No olvidemos las palabras de Stendhal (1783-1842) escritor francés que dijo: ‘Cada genio que nace mujer es una pérdida para la humanidad’. Esperamos que en el futuro estas palabras sólo sean recuerdos del pasado.

Carmen Malarée, enero 2007.

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